“Charly quería hacer algo que, suponía él, hacían los caballeros.. Me llevaba a cenar afuera y ponía en marcha el “paga dios”. Arreglábamos el lugar del encuentro antes de sentarnos; luego de comer la primera en levantarse era siempre yo. Una vez esperé largo rato en el lugar convenido y Charly demoró en aparecer. De repente lo ví corriendo, cubierto de una capa de sudor; estaba escapando de un mozo que recién abandonó la persecución luego de tropezar y rodar por el piso”.
“ En un buen fin de semana, Sui Generis podía tocar hasta tres o cuatro veces por noche. Solía esperar a Charly a las siete u ocho de la mañana en la puerta de la pensión, acompañada por amigas como Diana Lía o el “Hada” Patricia, otra antigua compañera del jardín de infantes y la escuela”.
“ - ¡Es lindo!” - me decían cuando lo veían llegar a Charly con el camioncito que transportaba sus equipos y el mini piano.
En el placard de la pensión teníamos un maletín forrado en tela Pucci - regalo de la tía Beba - donde poníamos la plata que traía de los shows. El maletín muchas veces estaba lleno de billetes que Charly compartía conmigo.
El dinero no le importaba mucho. No pensaba en comprarse un auto ni en planificar nada. No le interesaba o le daba igual. Nuestra vida era la música.
Un día compramos The dark Side of the Moon, de Pink Floyd. En la pensión no se podía poner música fuerte y nos pusimos los auriculares; lo escuchamos acostados en la cama. Cada vez que sonaban los despertadores de “Time” nos sobresaltábamos. Nos encantaba esa sensación y éramos felices. Compartíamos todo. Yo usaba sus camisas como maxi vestidos, de mi guardarropa Charly amaba una remera rosa con una tortuga y un pulover rojo con grandes estrellas que yo había comprado en la Galería del Este. “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, que ya estaba hecha de mucho antes del disco Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, retrata aquellos días. Nuestra mejor época.
Por supuesto, el título de aquel tema contiene una referencia a Ingmar Bergman. El cine era un programa cotidiano que , muchas veces, compartíamos con Leon Gieco y Alicia Sherman. Nuestras salas predilectas eran el Cine Arte de Diagonal Norte, el Cosmos 77 y el Lorraine, ambos sobre la calle Corrientes. Bergman era una parte suculenta del menú pero también estaban Truffaut, Buñuel, Fellini y las primeras películas de Woody Allen.
- Yo soy Zampanó - me dijo Charly cuando salimos de ver La Strada.
En su forma de interpretar los hechos yo era Gelsomina, la piba rara del circo que tocaba la trompeta. Ël era el bruto exhibicionista que recorría una triste Italia de posguerra., rompiendo cadenas con el pecho y revolcándose con las mujeres al costado del camino.. Su honestidad era ladina, mi ingenuidad prístina.
A su manera, Charly estaba revelándome el futuro. Y la verdad.”
Maria Rosa Yorio
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