—León, ¿cómo conociste a Charly?
—Lo vi por primera vez en el estudio de Pepe Netto. Con Miguel y Eugenio organizábamos recitales en diferentes teatros y hacíamos canjes con músicos de otros lados. Un día organizamos un concierto en el teatro Luz y Fuerza y contratamos a Sui Generis para que fueran soportes. Primero tocaban ellos y después nosotros, que éramos los auténticos dueños de la pelota. Aparecieron todos los Sui Generis —eran como seis— con el gordo Pierre, personaje mítico, que me dijo que no podían empezar ellos porque les faltaba el tecladista y no sabían dónde estaba. Entonces tuvimos que salir a tocar primero, con Miguel y Eugenio y, al toque que terminamos, apareció Charly. Cazamos enseguida que se había escondido para asegurarse la actuación central. Con el tiempo, llego a la conclusión de que Charly siempre hizo lo mismo: él siempre cerró los espectáculos todas las veces que nos fuimos de gira. Maneja esa actitud desde el vamos.
—Tu primera impresión de Charly, entonces, no debe haber sido del todo favorable.
—No, sí que fue favorable. En esa actuación, los Sui Generis eran una banda: Nito, Charly y cuatro más. Lo escuché tocar a García e inmediatamente pensé que ese tipo era un genio. Y eran chicos todavía. En un rock, Charly comenzó a tocar con las manos y con las patas: con el talón tocaba las partes agudas del piano. El director del teatro me vino a buscar a la butaca y me quería matar. “Sacame a este hijo de puta de acá, porque yo suspendo todo”, me encaró muy enfurecido. “Lo voy a matar, me está arruinando el piano”.
“No te lo está rompiendo” quise calmarlo. “¿No te das cuenta de que este tipo es un genio? ¡Mirá cómo está tocando! Además, yo no me puedo subir al escenario: en estos momentos es de ellos. Andá vos y enfrentá a la gente, a ver qué te dicen”.
“No, el que lo tiene que sacar del escenario sos vos”.
“Discúlpame, flaco: yo soy músico, no policía”.
León Gieco
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