martes, 6 de marzo de 2018

Seas bienvenida a casa!

El estudio de Phonalex era enorme, como la mayoría de los estudios de antes. Pero al lado, según recuerda María Rosa Yorio, había una habitación pequeña. Allí fue donde la cantante tuvo que esperar a que llegase su turno de pararse frente al micrófono, mientras cada uno de sus compañeros de grupo le daba algún consejo. Porque la cantante, en realidad, aún no lo era en el sentido discográfico de la palabra. Aquella era su primera grabación: el tema “Quiero ver, quiero ser, quiero entrar”, compuesto por Charly García e incluido en el único disco –Porsuigieco– de esa suerte de extraño supergrupo que integraban Porchetto, Sui Generis y León.
Alguna vez María Rosa Yorio explicó que la existencia de semejante proyecto se debió a la generosidad de García, que quería formar un grupo acústico con todos sus amigos. Empezaron haciendo un show en el Auditorio Kraft, y después a alguien se le ocurrió grabar un disco y presentarlo con una gira que incluyó micro propio, al que subieron novias, amigos y hasta un perro. Dentro de aquella lógica familiera, aquella casi adolescente María Rosa era apenas –y nada menos que– la mujer de Charly.
Entre aquella animadora espontánea de fiestas familiares y esta cantante que acaba de armar una banda propia para –según se preocupa por aclarar– volver a cantar en su ciudad, hay más de tres décadas de recuerdos, anécdotas e historias musicales. Que se disparan, por supuesto, a partir de aquella noche en que dos pituquitas de Barrio Norte fueron a curiosear lo que sucedía en un aguantadero como era el Teatro ABC en aquella época, y se quedaron deslumbradas –y deslumbraron– con los dos chicos que tocaban desde el escenario. “Me llevó una compañera de secundaria, que había ido a verlos y me contó que incluso se había fumado un porro. ¡Toda una aventura! Aquella noche se volvieron locos con nosotras, que éramos chiquitas pero estábamos hermosas”, recuerda María Rosa, que por entonces acusaba apenas 16 años. “Y yo, obviamente, me enamoré locamente de ese pianista y cantante, cuyas canciones con aires clásicos me hicieron reencontrar con la música que escuchaba de chica, y sus letras hablaban de amor, de sacarse la ropa y de liberarse.”
Un colchón de dos plazas, un equipo de música y dos auriculares, uno para María Rosa y otro para Charly. Eso era todo lo que tenía la joven pareja en su habitación de la pensión de Aráoz y Soler, donde primero se refugiaron cuando se fueron a vivir juntos. “Nos tirábamos en el colchón y escuchábamos Artaud, El lado oscuro de la luna o Fragile, de Yes”, recuerda Yorio, que también precisa que cuando lo conoció, antes de que empezase el noviazgo, Charly recién había salido de la colimba. “La vieja lo había mandado a trabajar, pobrecito”, cuenta. “Así que Charly trabajaba para la Municipalidad: hacía inspecciones en restaurantes.” Por entonces también era sesionista en los estudios Phonalex, tocando el piano junto a cualquier banda de rock que grabase allí. “Charly siempre fue muy moralista, y por entonces tenía otra novia. Yo era la chica para salir. Que a veces significaba sólo ir a la plaza juntos. Porque a pesar de que éramos de clase media, por lo general no teníamos ni para tomarnos un colectivo”, explica. “Hasta que un día quedamos en encontrarnos en un bar y lo dejé plantado. Me acuerdo de que me quedé leyendo a Voltaire. Pero al final me acordé de él y me fui hasta el bar, y le dije que no podía seguir así.” Al comienzo de su relación, María Rosa y Charly siguieron viviendo en la casa de sus respectivos padres, pero después terminaron juntos en aquella pensión, escuchando música cada uno con sus auriculares. “Para mí fue maravilloso, porque yo nunca había escuchado realmente rock”, confiesa Yorio.
Según recuerda María Rosa, los primeros seis meses en la pensión fueron muy duros, ya que no tenían un peso. Pero después Sui Generis empezó a trabajar bien, y empezó a haber plata. “Teníamos una caja, y guardábamos los billetes ahí. Por entonces no existían los contadores, ni nada”, intenta explicar María Rosa; pero cuando se le recuerda que todas las crónicas periodísticas indican que Charly sigue guardando aún hoy el dinero de esa manera, larga una carcajada. “Sí, es verdad”, concede. “Siempre fue muy nihilista alrededor de ese tema.”
Aunque lo más común suele ser idealizar los primeros tiempos felices de cualquier pareja, María Rosa asegura que no piensa así. “Con Charly siempre tuvimos la moneda de oro que fue conocernos, y siempre estuve de la mano de él en muchos momentos importantes de mi vida. La vida era muy cruda y no nos dimos cuenta de que podíamos haber tenido esa cosa perfecta... ¡pero es que éramos tan jóvenes! Me acuerdo de que fuimos incluso de la mano a separarnos.” Junto a Charly, María Rosa atravesó toda la época de Sui Generis, Porsuigieco e incluso los comienzos de La Máquina de Hacer Pájaros. Después nació Miguel, el hijo de ambos, y la pareja –según precisa María Rosa– sufrió mucho la orfandad tanto de sus familias como de la sociedad.
“Pagina 12. Suplemento Radar”. 18 de Marzo de 2007

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