sábado, 8 de abril de 2017

No Soy un Extraño

La Banda del Club Palta o El Hornero Amable
La primera vez que vi a Charly García en persona fue en la casa de la calle Serrano, donde vivía Andrés Calamaro. Siendo todavia estudiante de secundaria, cada tanto iba a lo de Andrés, que era como ir a la casa del rock. Todos pasaban por ahí: Fito Paez, Fenna Della Magiora, Daniel Melingo, Miguel Zavaleta, Gringui Herrera, los escritores Rodrigo Fresan y Juan Forn, y muchos mas. Una noche, mientras yo estaba calladito, sentado en un sofá del living, observando atentamente todo lo que pasaba - algunos escuchaban música y otros hablaban -, de repente, apareció algo que, décadas después, podría haber sido perfectamente el huracán Katrina. Era Charly Garcia, que entró en un nivel de excitación diferente del de todos los que estábamos ahí. Sin saludar, se sentó al piano y se puso a tocar. Música clásica, creo. A solo dos metros de él, debo reconocer que la emoción era enorme, pero había otros sentimiento que le ganaba: el miedo. Ese temor me acompaño desde ese día hasta hoy, cada vez que me encontré con Charly Garcia. Pero no es un temor a que me pase algo a mí. se trata de un miedo distinto, es un miedo a que algo vaya a pasar. Es tirantez, rigidez y nerviosismo. Es que siempre pasa algo estando al lado de Charly García. O una obra de arte o un papelón. Hay que estar tan atento para no perderse nada, lo cual genera un estado de tensión que evita que uno disfrute la situación en su totalidad. De golpe, Charly se levanto del piano y, buscando al resto - diseminados por la casa -, empezó a incitarlos para salir. El plan era ir a Cabo Verde, que quedaba en la Plaza Serrano, para copar el pequeño escenario del lugar y hacer una zapada. Cabo Verde se encontraba a pocas cuadras de la casa de Andrés y era el lugar obligado donde terminaban las noches palermitanas de este grupo de amigos. Mas que una invitación, lo de Charly fue una orden y los que la escuchamos lo seguimos. Éramos un grupo de siete u ocho personas caminando por la calle Serrano, cuando un auto que pasaba se descompuso y el conductor trató inútilmente de empujarlo para que arrancara nuevamente. Charly le dijo que se subiera y nos llamó para que empujáramos con él. El auto era un Ford Falcon verde y, cuando el motor volvió a funcionar gracias a nuestra ayuda, Charly le gritó al único pasajero: “Andate de acá, hijo de puta, a cuantos habrás secuestrado con ese auto!” La Noche siguió como seguían todas las noches en aquellos años, aunque acababa de conocer a Charly García.
“Por la vereda del rock”. Bebe Contepomi. Ediciones B

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Algún día vas a ver al cretino gritar